Muchos hospitales de nuestro país reciben el nombre de destacados científicos o médicos. Hoy vamos a hablar de 3 ilustres personajes que han dado nombre a centros hospitalarios y que forman parte de nuestra historia por su contribución a la literatura, Juan Ramón Jiménez, a la medicina, Teresa Herrera, y Severo Ochoa, Premio Novel de Medicina.
Juan Ramón Jiménez
El hospital de Huelva lleva el nombre del poeta onubense Juan Ramón Jiménez, uno de los pocos españoles que ha recibido un premio Nobel, en este caso, evidentemente el de literatura. ¿Quién no recuerda haber leído en el colegio alguno de los textos de “Platero y yo”?
Juan Ramón Jiménez nació en Moguer en 1881. Fue un niño tímido y buen estudiante. Con 15 años se traslada a Sevilla porque quería ser pintor, aunque su padre prefería para él la carrera de derecho que no tardó en abandonar, volcando más tarde su vocación creativa en la literatura que le haría mundialmente conocido.
Durante su juventud fue un don Juan, llevando una vida amorosa de lo más agitada, hasta que conoció a la que fue el gran amor de su vida: Zenobia Camprubí.
Con el estallido de la Guerra Civil la pareja se vuelca en una importante labor de acogida de niños huérfanos, empleando sus ahorros para llevar a cabo esta tarea. Tal vez sea en parte esta faceta humanitaria la que hizo que su nombre fuera elegido para el hospital de Huelva. Pero la Guerra Civil, le empuja a salir de España y establecerse en Puerto Rico.
Sus últimos años fueron ensombrecidos por la enfermedad y muerte de Zenobia que se produjo en las mismas fechas en que le concedieron el premio Nobel. Desde entonces, Juan Ramón se recluyó en su casa, alejado del mundo, y murió solo dos años después, en 1958.
Teresa Herrera.
Y es que, aunque en los hospitales son mayoría y ya hace años que destacan grandes doctoras españolas, durante muchos años las mujeres estuvieron proscritas del ejercicio de la medicina. Incluso, las que osaban proporcionar asistencia a los enfermos, los accidentados o las embarazadas, eran muy a menudo tachadas de brujas.
Ese fue el caso de Teresa Herrera, que nació en La Coruña a principios del siglo XVII.
Su vida fue muy dura desde la infancia, ya que cuando su padre murió solo tenía 4 años y como su madre tenía otros nueve hijos, Teresa se fue de la casa familiar para no ser una carga. Cuando su madre murió casi todos sus hermanos habían muerto también y fue ella quien recibió la herencia, comprometiéndose a cuidar de sus dos hermanas (una de las cuales tenía retraso psicológico). Con la herencia y las limosnas de los fieles, creó una residencia en la que asistía a mujeres enfermas sin recursos. Sin embargo, esta actividad hizo que en La Coruña (que por entonces era apenas un pueblo grande) se le conociera como “vella bruxa” (vieja bruja) o “a muller dos demos” (mujer de los demonios).
Con lo que quedó de sus bienes al morir sentó la base de lo que sería el Hospital de la Caridad de La Coruña. Actualmente lleva su nombre el Hospital Materno Infantil. En memoria de esta mujer que, pese a ser analfabeta, logró prestar asistencia a tantos enfermos.
Severo Ochoa.
Se trata de Severo Ochoa, científico asturiano y universal.
Severo Ochoa nació en Luarca, pero desde los 7 años vivió en Málaga donde también comenzó sus estudios. Desde pequeño se interesó por la biología.
Como ya vimos en la biografía del Dr Negrín, este fue su maestro y bajo su tutela estudió el método para aislar la creatina presente en la orina. Durante estos años vivió en la famosa Residencia de Estudiantes de Madrid que albergó a tantos jóvenes que con los años demostrarían su genialidad tanto en la Ciencia como en las Artes (Buñuel o Dalí y el propio Ochoa, entre otros muchos).
A finales de los años 20 amplió estos estudios primero en Glasgow y después en Berlín. Pero prosiguió su carrera en España hasta que en 1936 la guerra le obligó a exiliarse. En 1940 se instaló en Estados Unidos, país en el que desarrolló la mayor parte de sus investigaciones en farmacología y bioquímica. Estos estudios le valieron en 1959 el Premio Nobel de Medicina que compartió con su discípulo Arthur Kornberg.
Desde 1977 compaginó sus actividades entre Instituto Roche de Biología Molecular en Nueva Jersey y el Centro de Biología Molecular que lleva su nombre en Madrid, donde regresó definitivamente en 1985 y donde murió en 1993 dejando un legado científico incomparable.
Os dejo con esta bonita frase que pronunció en una ocasión: «El amor es la fundición de física y química».
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